lunes, 28 de noviembre de 2011

MENSAJE DEL PREFECTO DE LA CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, CARDENAL MAURO PIACENZA, CON OCASIÓN DEL ADVIENTO 2011

MeNSAJE
del prefeCto de la congregaCIÓN PARA EL clero,
cardENAL Mauro piacenza,
CON OCASIÓN DEL ADVIENTO 2011
Reverendos y queridos Sacerdotes:
En este especial Tiempo de gracia, María Santísima, Icono y Modelo de la Iglesia, quiere introducirnos en la actitud permanente de su Corazón Inmaculado: la vigilancia.
La Santísima Virgen vivió constantemente en vigilancia orante. En vigilia recibió el Anuncio que ha cambiado la historia de la humanidad. En vigilia cuidó y contempló, más y antes que cualquier otro, al Altísimo que se hacía Hijo suyo. Vigilante y llena de asombro amoroso y agradecido, dio a luz a la misma Luz y, junto a San José, se hizo discípula de Aquel que de Ella había nacido; que había sido adorado por los pastores y los sabios; que fue acogido por el anciano Simeón exultante y por la profetisa Ana; temido por los doctores del Templo, amado y seguido por los discípulos, hostigado y condenado por su pueblo. Vigilando en su Corazón materno, María siguió a Jesucristo hasta el pie de la Cruz y, con el inmenso dolor de Corazón traspasado, nos acogió como sus nuevos hijos. Velando, la Virgen esperó con certeza la Resurrección y fue llevada al Cielo.
Amigos muy queridos: ¡Cristo vela incesantemente sobre su Iglesia y sobre cada uno de nosotros! Y la vigilancia en la cual nos llama a entrar, es la apasionada mirada de la realidad, que se mueve entre dos directrices fundamentales: la memoria de todo lo sucedido en nuestra vida al encontrarnos con Cristo y con el gran misterio de ser sus sacerdotes, y la apertura a la "categoría de la posibilidad".
La Virgen María "hacía memoria", es decir, revivía continuamente en su corazón todo lo que Dios había obrado en Ella y, teniendo certeza de esta realidad, realizaba su tarea de ser la Madre del Altísimo. El Corazón Inmaculado de la Virgen estaba constantemente disponible y abierto a "lo posible", es decir, a concretar la amorosa Voluntad de Dios tanto en las circunstancias cotidianas como en las más inesperadas. También hoy, desde el Cielo, María Santísima nos custodia en la memoria viva de Cristo y nos abre continuamente a la posibilidad de la divina Misericordia.
Pidámosle a Ella, queridos Hermanos y Amigos, un corazón capaz de revivir el Adviento de Cristo en nuestra vida; capaz de contemplar el modo en el cual el Hijo de Dios, el día de nuestra Ordenación, marcó radical y definitivamente toda nuestra existencia sumergiéndola en su Corazón sacerdotal. Que Él nos renueve cada día en la Celebración Eucarística, que es transfiguración de nuestra misma vida en el Adviento de Cristo por la humanidad. Pidamos, en fin, un corazón atento para reconocer los signos del Adviento de Jersús en la vida de cada hombre y, en particular, entre los jóvenes que se nos confían: que sepamos discernir los signos de ese especialísimo Adviento, que es la Vocación al sacerdocio.
La Santísima Virgen María, Madre de los sacerdotes y Reina de los Apóstoles, nos obtenga, a cuantos humildemente la pidamos, la paternidad espiritual, la única capaz de "acompañar" a los jóvenes en el alegre y entusiasmante camino del seguimiento.
En el "sí" de la Anunciación, somos animados a vivir en coherencia con el "sí" de nuestra ordenación; en la Visitación a Santa Isabel, somos animados a vivir en la intimidad divina para llevar su presencia a otros y para traducirla en un gozoso servicio, sin límites de tiempo y de lugar. Contemplando a la Santísima Madre adorando al Niño Jesús envuelto en pañales, aprendemos a tratar con amor inefable la Santísima Eucaristía. Conservando todo acontecimiento en el propio corazón, aprendemos de María a concentrarnos en torno al Único Necesario.
Con estos sentimientos les aseguro a todos, queridos sacerdotes esparcidos por el mundo, un especial recuerdo en la celebración de los Santos Misterios y pido a cada uno sostenerme en su oración para cumplir el ministerio que se me ha confiado. ¡Pidamos, delante del pesebre, que cada día podamos ser aquello que somos!

REFLEXIÓN DE LAS LECTURAS DEL I DOMINGO DE ADVIENTO 2011 CICLO B

"Lo que a vosotros os digo, a todos lo digo: ¡velad!" (Mc. 13,37).
Toda la liturgia del tiempo de Adviento está centrada en la "espera vigilante" con la que cada uno, por medio de un auténtico espíritu de oración, humilde y confiada, se prepara a recibir la venida del Señor Jesús.
La actitud con la cual toda la humanidad, y de modo particular todos los cristianos, deberían predisponerse a recibir al "dueño de casa" es "la espera vigilante".
San Basilio de Cesarea dice al respecto: "¿Qué es lo propio del cristiano? Vigilar cada día y cada hora, y estar pronto para cumplir perfectamente lo que es agradable a Dios, sabiendo que a la hora en que no pensamos llegará el Señor"(Basilio di Cesarea, Regole Morali, LXXX 22,869) . Por lo tanto, la espera del hombre no es pasiva, estéril o "muerta", sino vida, activa y participativa. El hombre participa así, de modo particular, a la venida misma del Señor: " El testimonio de Cristo se ha confirmado en vosotros" (1Cor. 1, 6).
Por este motivo no sólo espera, sino que llama a Dios: "Tú, Señor, eres nuestro padre". El hombre, reconociendo que pecó al no haber invocado a Dios como Padre, y que por ello ha merecido que le escondiera su propio rostro, pide que regrese "por amor de sus servidores", y se coloca en una situación de completo abandono en las manos de su Señor, porque "nosotros somos el barro, Tú, nuestro alfarero y todos nosotros la obra de tus manos" (cfr. Is, 64, 6-7).
De aquí que no podamos más que agradecer a Dios: "hemos sido enriquecidos en todo: en toda palabra y en toda ciencia" (1Cor. 1, 5), para que seamos encontrados "irreprensibles en el día del Señor".
Todo esto nos empuja a estar vigilantes, porque no conocemos "el momento preciso" en que Él regresará a casa. La "casa" puede ser tomada como imagen de la comunidad cristiana, que se preparara a acoger, de manera vigilante, por medio de una vida en oración y por las obras, a "su dueño"; pero es también el hogar espiritual de cada uno, que debe ser edificado cada día.
Cada uno debe cuidar y llevar a cabo lo que Dios le ha confiado, vigilando para no encontrarse sin preparación cuando venga el Señor. El tiempo de Adviento nos llama a reforzar el espíritu de oración, tratando de combatir la negligencia y la debilidad que lleva a ceder frente al pecado.
El Beato John Henry Newman escribe en su diario espiritual: "Vigilar: ¿qué quiere decir, por Cristo? Estar vigilantes. [...] Vigilar con Cristo es mirar adelante sin olvidar el pasado. Es no olvidar que Él ha sufrido por nosotros; es perdernos en la contemplación atraídos por la grandeza de la redención. Es renovar continuamente en el propio ser la pasión y la agonía de Cristo; es revestirnos con alegría de aquel manto de aflicción con el que Cristo quiso primero vestirse y después dejarlo para irse al cielo. Es despegarse del mundo sensible y vivir en el no sensible. Así Cristo vendrá y lo hará en el modo en que lo dijo que lo hará". (J. H. Newman, Diario spirituale e meditazione, 93.)

Que en este fascinante tiempo de Adviento nos acompañe la Santísima Virgen María Inmaculada, Madre de la espera y del silencio. Ella, que más que ninguna otra criatura supo acoger humildemente la voluntad de Dios, permitiendo así la obra de la Redención, sostenga la oración, las obras y la auténtica y permanente renovación del Cuerpo eclesial en la santidad, y el ejemplo del Glorioso Patriarca san Jose, padre adoptivo nuestro Señor y Salvador y esposo de la Virgen-Madre nos ayude en la espera del dueño de la casa.

lunes, 21 de noviembre de 2011

SOLEMNIDAD DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

La Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, al finalizar el año litúrgico, tiene el valor de una verdadera sinfonía con la que celebramos en su totalidad el misterio de Dios.

Las Lecturas litúrgicas anuncian la realeza de Dios y su pleno señorío sobre la realidad y nos introducen en la naturaleza impactante de su potestad salvadora: "Yo mismo buscaré mis ovejas y las cuidaré (...) Yo mismo las conduciré a los prados y las haré descansar". Por medio de las palabras del profeta Ezequiel somos introducidos en el corazón de la fe, colocados delante del Acontecimiento central mediante el cual Dios manifiesta la propia realeza.

El Señor habla al hombre y le muestra su señorío, en primer lugar a través de la Creación: "Desde la creación del mundo, sus perfecciones invisibles pueden ser contempladas con la inteligencia en las obras realizadas por Él, como su eterno poder y divinidad" (Rm 1,20). Además, el Padre viene al encuentro del hombre mediante sus profetas: "Muchas veces y de distintas maneras", Él ha dirigido su palabra a su pueblo "por medio de los profetas" (Hebr 1, 1). Pero toda la creación y toda la actividad profética estaba orientada a cumplirse en la promesa de Dios: "Yo mismo buscaré (...) yo mismo conduciré a mis ovejas". Esta promesa se realiza cuando, llegada la plenitud de los tiempos, Dios envía en la carne a su propio Hijo unigénito.
Él no es más "uno" que busca a las ovejas y las cuida "en nombre de Dios", como los profetas; Jesucristo es Dios mismo hecho hombre. El Padre, en su Hijo, se encuentra "en medio" de sus ovejas que estaban dispersas.

En la Carta Apostólica Tertio millennio adveniente, del Beato Juan Pablo II, leemos: « Encontramos aquí el punto esencial. Aquí no es sólo el hombre quien busca a Dios, sino que es Dios quien viene en Persona a hablar de sí al hombre y a mostrarle el camino por el cual es posible alcanzarlo" (n. 6). Cristo, Verbo eterno hecho hombre, es la plena manifestación de la gloria de Dios y el definitivo cumplimiento del proyecto del Padre para el hombre.

El profeta Ezequiel revela que la condescendencia divina para con el hombre se manifiesta en la búsqueda de la criatura por parte del Señor: "Iré a buscar a la oveja perdida y devolveré la perdida al rebaño". En Cristo Jesús, el Padre Dios no solo habla al hombre sino que lo busca. ¡Qué misterio profundo este comportamiento de Dios para con el hombre!

Todo el Cristianismo es el Padre que, en Jesucristo y en el Espíritu, busca al hombre. Esta búsqueda tiene su origen en la inescrutable intimidad de la Santísima Trinidad. Tiene su origen en la decisión del Padre de elegir a cada uno de nosotros, antes de la creación del mundo, para que fuésemos "santos e inmaculados en su presencia en el amor, predestinándonos a ser hijos adoptivos" (Ef. 1,4-5). «Por tanto Dios busca al hombre, que es su propiedad particular de un modo diverso de como lo es cada una de las otras criaturas. Es propiedad de Dios por una elección de amor: Dios busca al hombre movido por su corazón de Padre». (Juan Pablo II,  Tertio millennio adveniente, n. 7).

¿Por qué el hombre es buscado por el Padre? Porque, como enseña el profeta, los hombres estaban dispersos en los días nublados y oscuros"; y el Señor quiere hacerlos partícipes de la "suerte de los santos en la luz" (Col 1,12).

Afirma San Pablo en la lectura de hoy: "Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicia de los que mueren". La búsqueda que Dios Padre hace del hombre alcanza su culmen en la muerte y resurrección de Jesucristo.

En Jesús de Nazaret, el hombre tantas veces buscado y finalmente encontrado, el hombre perdido desde hace tanto tiempo y finalmente traído a casa, el hombre tan herido y enfermo desde hace tanto tiempo, finalmente es curado. Y todo sucede en la muerte y resurrección de Cristo: "Porque si por causa de un hombre vino la muerte, por medio de un hombre vendrá también la resurrección de los muertos", desde el momento en que "como todos mueren en Adán, así todos recibirán la vida en Cristo". En efecto, Cristo, muriendo ha destruido al verdadero enemigo, la muerte.. Resucitando, Él nos ha donado la verdadera vida, y ha reconstituido en los hombres la dignidad de su primer origen. En Jesucristo, Dios ha obrado la liberación de la muerte eterna "nos ha librado del poder de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo predilecto, por obra del cual tenemos la redención" (Col 1, 13-14 ), haciendo de nosotros un pueblo de sacerdotes, reyes y profetas.

¿Adónde apunta todo esto? A que "Dios sea todo en todos", afirma también el Apóstol. La finalidad de todo es que permanezca Dios en lo íntimo del hombre y que el hombre pueda permanecer en la intimidad de Dios. La encarnación del Hijo de Dios tiene como fin la participación, por parte del hombre, de la misma vida de Dios. Esto es lo que celebra la liturgia de la Iglesia en este día solemne: el misterio del Padre que crea cada cosa y que, en el Hijo, busca incansablemente a cada uno, para que, liberados mediante la pasión redentora de Cristo y el don del Espíritu, cada hombre llegue a ser partícipe, en el Hijo, de la misma vida del Padre.

La realeza de Cristo consiste en el poder presentar al Padre al hombre redimido y hecho hijo de Dios, y a la humanidad reunida en la única Iglesia, su Esposa y su Cuerpo. El señorío real de Cristo es el cumplimiento de este plan admirable. Estamos llamados, ya desde ahora, a participar en él, pareciéndonos siempre más a Él, cooperando en la Iglesia a su mayor gloria y reconociéndolo realmente presente en cada hombre.

Para que esto suceda, es necesario que también las estructuras temporales, en su legítima autonomía, estén orientadas por los cristianos hacia la visibilidad de la realeza de Cristo en el mundo. No se da el señorío únicamente de una forma "íntima o espiritual", sin un concreto y real señorío sobre y en la historia, visible también en la sociedad, en sus leyes y en la conciencia de que cada uno será llamado a dar cuenta de cada uno de sus actos al único verdadero Señor.

Que María Santísima y todos los santos, en los cuales el poder Real de Cristo ha obrado maravillas, sostengan a la Iglesia en la difícil y permanente obra de instaurare omnia in Christo!

+ Christhian G. Dominguez

viernes, 18 de noviembre de 2011

JUAN PABLO MAGNO Y LA RENOVACON CARISMATICA CATOLICA

«Gracias al movimiento carismático, muchos cristianos, hombres y mujeres, jóvenes y adultos, han redescubierto Pentecostés como realidad viva y presente en su existencia cotidiana... Deseo que la espiritualidad de Pentecostés se difunda en la Iglesia, como empuje renovado de oración, de santidad, de comunión y de anuncio» -Juan Pablo II, 29 Mayo, 2004

miércoles, 2 de noviembre de 2011

CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS

CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS
 
Principio del formulario
El mes de noviembre tiene un tono espiritual particular, por los dos días con los que se abre: la solemnidad de Todos los Santos y la Conmemoración de los Fieles Difuntos. El misterio de la comunión de los santos ilumina especialmente este tiempo y toda la parte final del año litúrgico, orientando la meditación sobre el destino eterno del hombre a la luz de la Pascua de Cristo.

En ella se fundamenta la esperanza que, como dice San Pablo en la segunda lectura,"no defrauda" (Rom, 5, 5). Esta celebración de hoy, sublima la fe y expresa sentimientos profundamente grabados en el alma humana. La gran familia de la Iglesia vive en estos días un tiempo de gracia, y lo vive según su vocación: reuniéndose alrededor del Señor en la oración y ofreciendo su sacrificio redentor como sufragio por las almas de los fieles difuntos.

La conmemoración de todos los difuntos es una invitación, para cada uno, a no dormirse, a no llevar una vida dominada por la mediocridad. La conciencia de que "la espera ansiosa de la creación anhela la manifestación de los hijos de Dios" (Rom 8,19) amplía todos los horizontes humanos. La fe de la Iglesia nos llama "a no recaer en el temor" (Rom. 8,15), recordando que no hemos recibido un espíritu de esclavitud, sino de hijos adoptivos (Rom. 8, 15). La liturgia de hoy nos convoca, pues, a dirigirnos hacia aquella promesa de plenitud de vida por la cual a nosotros, pobres criaturas, se nos da poder afirmar con certeza y maravillosamente: "lo veré, yo mismo; mis ojos lo contemplarán" (Job 1, 27ª).

 Hay un contraste entre lo que aparece a la mirada humana y lo que, en cambio, ven los ojos de Dios. Por esto el profeta Isaías puede afirmar que es necesario que sea retirado "el manto que recubre todas las naciones" (Is 25, 7). El mundo tiene por dichoso al hombre que vive mucho tiempo y en la prosperidad, y entre los hombres adquieren prestigio los sabios, los doctos, los poderosos. Para Dios son otros los llamados "bienaventurados". Hay dos dimensiones de la realidad: una más profunda, verdadera y eterna, y otra marcada por la finitud, por la provisionalidad y por la apariencia. Es importante subrayar que estas dos dimensiones no tienen una simple sucesión temporal, como si la verdadera vida comenzara sólo "después" de la muerte. En realidad, la "verdadera vida", la vida eterna, empieza ya "ahora", en este mundo, aun dentro de la precariedad de los acontecimientos: la vida eterna se abre desde ahora, en la medida en que se está abierto al misterio de Dios y se lo recibe. De aquí que podamos cantar con el salmista: "estoy seguro de que contemplaré la bondad del Señor en la tierra de los vivientes" (Sal 27, 13). Y de poder "habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida para contemplar la belleza del Señor" (Sal 27, 4).

Dios es la verdadera sabiduría que no envejece, la auténtica riqueza que no se corrompe, es la felicidad a la cual aspira el corazón de todo hombre. Esta verdad, presente en los Libros sapienciales de las lecturas de hoy y que reaperece en el Nuevo Testamento, encuentra su cumplimiento en la existencia y en la enseñanza de Jesús.

            En el horizonte de la sabiduría del Evangelio, la muerte misma es portadora de una saludable enseñanza, puesto que nos lleva a mirar, sin filtros, la realidad. Nos empuja a reconocer la caducidad, de lo que se presenta como grande y fuerte a los ojos del mundo. Cara a la muerte pierde interés todo motivo de orgullo humano y resalta, en cambio, lo que realmente importa. Todo lo de aquí abajo termina; todos estamos de paso en este mundo. Sólo Dios tiene la vida en sí mismo. Él es la vida.

La nuestra es una vida participada, que nos ha sido dada por Otro. Por esto, un hombre puede llegar a la vida eterna sólo mediante la particular relación que el Creador ha establecido con él. Dios, aunque ve el alejamiento del hombre, no ha interrumpido la relación inicada: más bien, ha querido dar un paso más y ha creado una nueva relación, de la que nos habla la segunda lectura: "mientras aún éramos pecadores, Cristo murió por nosotros" (Rom 5, 8).

Si Dios –escribe San Juan- nos ama tan gratuitamente que llega a desear que no se pierda nada de lo que Él confió a su Hijo (cfr. Jn 6, 39), también nosotros podemos, y debemos, dejarnos involucrar en este movimiento oblativo y hacer de nosotros mismos un don gratuito a Dios. De este modo conocemos a Dios, como somos conocidos por Él; de este modo permanecemos en Él como Él ha querido permanecer en nosotros y pasamos de la muerte a la vida (cfr. 1 Jn 3, 14), como Jesucristo, que ha derrotado a la muerte con su resurrección, gracias al poder glorioso del amor del Padre celestial.

Unámonos en oración y elevémosla al Padre de toda bondad y misericordia, para que, por intercesión de María Santísima, Nuestra Señora del Sufragio, el encuentro con el fuego de su amor purifique rápidamente a todos los fieles difuntos de toda imperfección y los transforme para alabanza de su gloria. Y recemos para que nosotros, peregrinos sobre la tierra, mantengamos siempre orientados nuestra vista y  y nuestro corazón hacia la última meta anhelada: la casa del Padre, el Cielo.

HOMILÍA SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

HOMILÍA SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS
 
Citas
Ap 7,2-4.9-14:                                      www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9addk2g.htm
                                                                              www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9an4s3g.htm 
1Jn 3,1-3:                                                  www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9abr2tc.htm           
Mt 5,1-12a:                                  www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9abttke.htm
 
La liturgia de hoy comienza con la exhortación "Alegrémonos todos en el Señor" (Ant. entr.) La liturgia nos invita a compartir la alegría celestial de los santos, a saborear la alegría. Contemplamos el misterio de la comunón de los santos del cielo y de la tierra. No estamos solos, sino que nos encontramos rodeados por un gran ejército de testigos: con ellos formamos el Cuerpo de Cristo, con ellos somos hijos de Dios, con ellos hemos sido hechos santos por el Espíritu Santo. El glorioso elenco de los santos intercede por nosotros delante del Señor, nos acompaña en nuestro caminar, nos estimula a tener fija la mirada en el Señor Jesús, que vendrá en su gloria en medio de sus santos. ¡A esta alegría nos invita la liturgia!

 La Iglesia celebra su dignidad de Madre de los santos. Es en ellos donde la Iglesia reconoce sus rasgos característicos y es en ellos donde saborea su más profunda alegría. El Apocalipsis los describe como "una inmensa multitud que nadie podía contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua" (Ap 7, 9). Los santos no son, pues, una casta exigua, sino una multitud innumerable, hacia la cual la Iglesia nos exhorta a levantar la mirada. En esa multitud no se encuentran solamente los santos oficialmente reconocidos, sino los bautizados de toda época y nación, que han buscado cumplir con amor y fidelidad la voluntad divina. De la gran mayoría no conocemos sus rostros y ni siquiera sus nombres, pero con los ojos de la fe los vemos resplandecer, como astros llenos de gloria, en el firmamento de Dios. Este pueblo abarca a los santos del Antiguo Testamento, partiendo del justo Abel y del patriarca Abraham; a los del Nuevo Testamento; a los numerosos mártires de los comienzo del cristianismo, y los beatos y santos de los siglos sucesicos, hasta los testigos de Cristo de nuestra época. Los une a todos la alegría y el gozo de ser amigos de Dios.

¿Cómo podemos ser santos y amigos de Dios? La santidad es, antes que nada, un don de Dios. El apóstol Juan escribe: "Mirad qué amor tan grande: que nos llamemos hijos de Dios, ¡y lo somos!" (1 Jn 3, 1). Es Dios, pues, quien nos ha amado primero y en Jesucristo nos ha hecho sus hijos adoptivos. En nuestra vida todo es don de su amor: ¿cómo quedarnos indiferentes delante de un misterio tan grande? ¿Cómo no responder al amor del Padre celestial con una vida de hijos reconocidos? En Cristo se nos ha dado Él mismo y nos llama a una relación personal y profunda con Él. Por tanto, cuanto más imitemos a Jesús y más estemos unidos a Él, tanto más entraremos em el misterio de la santidad divina. Descubrimos que somos amados por Él infinitamente, y esto nos empuja, a su vez, a amar a los hermanos. Amar implica siempre un acto de renuncia a uno mismo, el "perderse a sí mismo", y es esto lo que nos hace felices.

 Es necesario, pues, seguir a Cristo, como Él mismo nos lo indica: "Si alguien me sirve, que me siga, y donde yo estoy allí estará también mi servidor. Si alguien me sirve, el Padre le honrará" (Jn 12, 26). Quien se fía de Él y lo ama con sinceridad, acepta, como el grano de trigo sepultado en la tierra, morir a sí msmo. La experiencia de la Iglesia demuestra que cualquier forma de santidad, aun siguiendo huellas diferentes, pasa siempre por el camino de preferir al Señor antes que a uno mismo. Las biografías de los santos muestran a hombres y mujeres que, dóciles a los designios divinos, a veces afrontaron pruebas, persecuciones y martirio. Perseveraron en su empeño, "son los que vienen  de la gran tribulación –se lee en el Apocalipsis-, los que han lavado sus túnicas y las han blanqueado con la sangre del Cordero" (Ap 7, 14). El ejemplo de los santos es para nosotros un estímulo para seguir las mismas huellas y experimentar la alegría de quien se fía de Dios, porque la única verdadera causa de tristeza y de infelicidad para el hombre es vivir lejos de Él.

 En el Evangelio proclamado en esta espléndida Solemnidad, Jesús dice: "Bienaventurados los pobres de espíritu, bienaventurados los que lloran, los mansos, bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, bienaventurados los limpios de corazón, los pacíficos, los perseguidos a causa de la justicia" (cfr. Mt 5, 3-10). En realidad, el Bienaventurado por excelencia es solamente Él, Jesús. Es Él el verdadero pobre de espíritu, el afligido, el manso, el hambriento y el perseguido por la justicia, el misericordioso, el limpio de corazón, el que trabaja por la paz; es Él el perseguido a causa de la justicia. Las Bienaventuranzas nos muestran la fisonomía espiritual de Jesús y expresan el misterio de su persona. En la medida en que acogemos su propuesta y nos ponemos a seguirlo –cada uno en sus circunstancias- también podemos participar de su bienaventuranza y ser realmente "amigos". Con Él, lo imposible se hace posible y hasta "un camello pasa por el ojo de una aguja" (cfr Mc 10, 25). Con su ayuda, sólo con su ayuda, podemos llegar a "ser perfectos como es perfecto el Padre celestial" (cfr. Mt 5, 48).

Este es el significado de la solemnidad de hoy. Mirando el ejemplo luminoso de los santos, despertar en nosotros el deseo grande de ser como los santos: felices de vivir junto a Dios, en su luz, en la gran familia de los amigos de Dios. Ser santo significa vivir en la cercanía de Dios, vivir en su familia.

Nos adentramos ahora en el corazón de la Celebración eucarística. Dentro de poco, Cristo se hará presente de la manera más alta. Cristo, verdadera Vid, a la cual, como los sarmientos, están unidos los fieles que habitan la tierra y los santos del cielo. Por lo tanto, más estrecha será la comunión de la Iglesia que peregrina en el mundo con la Iglesia triunfante en la gloria. En el Prefacio proclamaremos que los santos son para nosotros amigos y modelos de vida. Vamos a invocarlos para que nos ayuden a imitarlos y empeñémonos en responder con generosidad, como ellos lo hicieron, a la llamada divina. Invoquemos especialmente a María, Madre del Señor y espejo de toda santidad. Que ella, la Toda Santa, nos haga fieles discípulos de sus Hijo Jesucristo. 

martes, 25 de octubre de 2011

Estipendios de la Misa

Estipendios de la misa
 
Se llama estipendio aquel dinero que libremente el fiel cristiano ofrece a fin de que se celebre una misa por acción de gracias, por alguna necesidad grave, por alguna enfermedad, etcétera, se puede pedir por vivos y por difuntos.
 
Al dar un estipendio el fiel cristiano ejercita virtudes como la largueza contra la avaricia, la caridad contra el egoísmo, es una forma en la que el fiel se desprende de algo que le es propio y lo pone a disposición de la Iglesia Madre y Maestra de la fe.
 
En materia de estipendio por una misa, nos debemos atener a tres fuentes principales a) el Derecho Canónico, b) Lo dispuesto por el Obispo Diocesano y c) la praxis pastoral de la Diocesis.
 
El sacramento más augusto, en el que se contiene, se ofrece y se recibe al mismo Cristo Nuestro Señor, es la santísima Eucaristía, por la que la Iglesia vive y crece continuamente. El Sacrificio eucarístico, memorial de la muerte y resurrección del Señor, en el cual se perpetúa a lo largo de los siglos el Sacrificio de la cruz, es el culmen y la fuente de todo el culto y de toda la vida cristiana, por el que se significa y realiza la unidad del pueblo de Dios y se lleva a término la edificación del cuerpo de Cristo. Así pues los demás sacramentos y todas las obras eclesiásticas de apostolado se unen estrechamente a la santísima Eucaristía y a ella se ordenan.(CIC canon 897).
 
En consecuencia la misa no es propiedad de ninguna persona, laico o sacerdote, pues en "la celebración eucarística es una acción del mismo Cristo y de la Iglesia, en la cual Cristo Nuestro Señor, substancialmente presente bajo las especies del pan y del vino, por el ministerio del sacerdote, se ofrece a sí mismo a Dios Padre, y se da como alimento espiritual a los fieles unidos a su oblación. Sólo el sacerdote válidamente ordenado es ministro capaz de confeccionar el sacramento de la Eucaristía, actuando en la persona de Cristo. El sacerdote tiene facultad para aplicar la Misa por cualesquiera, tanto vivos como difuntos, actuando siempre in persona Christi y no a nombre propio" (Cfr. CIC canones 899 § 1, 900 § 1 y 900) por ello el sacerdote debe tener una gran disposición pastoral a fin de salvaguardar los derechos de los fieles, sobre todo en cuanto se refiere al momento de imponer estipendios, los cuales no deben ser onerosos de manera que por ello los fieles se vean privados de los derechos que el mismo Código de Derecho Canónico les reconoce:
 
208 Por su regeneración en Cristo, se da entre todos los fieles una verdadera igualdad en cuanto a la dignidad y acción, en virtud de la cual todos, según su propia condición y oficio, cooperan a la edificación del Cuerpo de Cristo.
 
209 § 1.    Los fieles están obligados a observar siempre la comunión con la Iglesia, incluso en su modo de obrar.
§ 2.    Cumplan con gran diligencia los deberes que tienen tanto respecto a la Iglesia  universal, como en relación con la Iglesia particular a la que pertenecen, según las prescripciones del derecho.
 
 
211 Todos los fieles tienen el deber y el derecho de trabajar para que el mensaje divino de salvación alcance más y más a los hombres de todo tiempo y del orbe entero.
 
212 § 1.    Los fieles, conscientes de su propia responsabilidad, están obligados a seguir, por obediencia cristiana, todo aquello que los Pastores sagrados, en cuanto representantes de Cristo, declaran como maestros de la fe o establecen como rectores de la Iglesia.
§ 2.    Los fieles tienen derecho a manifestar a los Pastores de la Iglesia sus necesidades, principalmente las espirituales, y sus deseos.
§ 3.    Tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestar a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres, la reverencia hacia los Pastores y habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas.
 
213 Los fieles tienen derecho a recibir de los Pastores sagrados la ayuda de los bienes espirituales de la Iglesia principalmente la palabra de Dios y los sacramentos.
 
214 Los fieles tienen derecho a tributar culto a Dios según las normas del propio rito aprobado por los legítimos Pastores de la Iglesia, y a practicar su propia forma de vida espiritual, siempre que sea conforme con la doctrina de la Iglesia.
 
Así la sabiduría bimilenaria de la Santa Madre Iglesia, estatuye lo que los sacerdotes como ADMINISTRADORES y no como dueño, pues el sacerdote, alter Christus, es en la Iglesia el ministro de las acciones salvíficas esenciales (Cfr. Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los Presbíteros Tota Ecclesia 31 de enero de 1994, n. 7.23). Por su poder de ofrecer el Sacrificio del Cuerpo y la Sangre del Redentor, por su potestad de anunciar con autoridad el Evangelio, de vencer el mal del pecado mediante el perdón sacramental, él – in persona Christi Capitis – es fuente de vida y de vitalidad en la Iglesia y en su parroquia. El sacerdote no es la fuente de esta vida espiritual, sino el hombre que la distribuye a todo el pueblo de Dios. Es el siervo que, con la unción del espíritu, accede al santuario sacramental: Cristo Crucificado (Cfr. Jn 19, 31-37) y Resucitado (cfr. Jn 20,20-23), del cual emana la salvación.
 
Una manifestación ulterior de ponerse el sacerdote frente a la Iglesia, está en el hecho de ser guía, que conduce a la santificación de los fieles confiados a su ministerio, que es esencialmente pastoral. Esta realidad, que ha de vivirse con humildad y coherencia, puede estar sujeta a dos tentaciones opuestas. La primera consiste en ejercer el propio ministerio tiranizando a su grey (cfr. Lc 22, 24-27; 1 Ped 5, 1-4), mientras la segunda es la que lleva a hacer inútil — en nombre de una incorrecta noción de comunidad — la propia configuración con Cristo Cabeza y Pastor. La primera tentación ha sido fuerte también para los mismos discípulos, y recibió de Jesús una puntual y reiterada corrección: toda autoridad ha de ejercitarse con espíritu de servicio, como « amoris officium » (Cfr. S. AGUSTíN, In lohannis Evangelium Tractatus 123, 5: CCL 36, 678.) y dedicación desinteresada al bien del rebaño (cfr. Jn 13, 14; 10, 11). El sacerdote deberá siempre recordar que el Señor y Maestro « no ha venido para ser servido sino para servir » (cfr. Mc 10, 45); que se inclinó para lavar los pies a sus discípulos (cfr. Jn 13, 5) antes de morir en la Cruz y de enviarlos por todo el mundo (cfr. Jn 20, 21). Los sacerdotes darán testimonio auténtico del Señor Resucitado, a Quien se ha dado « todo poder en el cielo y en la tierra » (cfr. Mt 28, 18), si ejercitan el propio « poder » empleándolo en el servicio — tan humilde como lleno de autoridad — al propio rebaño,( Cfr. JUAN PABLO II, Exhort. ap. post-sinodal Pastores dabo vobis 21: O.C., 688-690; C.I.C., can. 274.) y en el profundo respeto a la misión, que Cristo y la Iglesia confían a los fieles laicos (Cfr. C.l.C., can. 275 § 2; 529 § 1) Y a los fieles consagrados por la profesión de los consejos evangélicos. (Cfr. ibid. can. 574 § 1.) la segunda es la que lleva a hacer inútil — en nombre de una incorrecta noción de comunidad — la propia configuración con Cristo Cabeza y Pastor. (Cfr. Congregación Para El Clero Directorio para El Ministerio y La Vida de los Presbiteros No. 16; Congregación Para El Clero Instrucción "El Presbítero, Pastor Y Guía De La Comunidad Parroquial no. 8")
 
El Código de Derecho Canónico establece entre sus cánones, disposiciones que preveen la protección de los fieles de sus derechos, regula la obligación de estos al sustento de la Iglesia y sus ministros, y que en esta materia el Sacerdote debe evitar toda apariencia de negocio o comercio con la Sacrosanta Misa. A fin de facilitar el entendimiento de lo anterior y para una mejor defensa de los fieles de sus derechos transcribo integros los canones correspondientes:
 
945 §1. Según el uso aprobado de la Iglesia, todo sacerdote que celebra o concelebra la Misa puede recibir una ofrenda, para que la aplique por una determinada intención.
 
§ 2. Se recomienda encarecidamente a los sacerdotes que celebren la Misa por las intenciones de los fieles, sobre todo de los necesitados, aunque no reciban ninguna ofrenda.
 
946 Los fieles que ofrecen una ofrenda para que se aplique la Misa por su intención, contribuyen al bien de la Iglesia, y con ella participan de su solicitud por sustentar a sus ministros y actividades.
 
947 En materia de ofrendas de Misas, evítese hasta la más pequeña apariencia de negociación o comercio.
 
948 Se ha de aplicar una Misa distinta por cada intención para la que ha sido ofrecida y se ha aceptado una ofrenda, aunque sea pequeña.
 
949 El que debe celebrar y aplicar la Misa por la intención de quienes han entregado ofrendas, sigue estando obligado a hacerlo, aunque la ofrenda recibida hubiera perecido sin culpa suya.
 
950 Si se ofrece una cantidad de dinero para la aplicación de Misas, sin indicar cuántas deben celebrarse, su número se determinará atendiendo a la ofrenda fijada para el lugar en el que reside el oferente, a no ser que deba presumirse legítimamente que fue otra su intención.
 
951 § 1. El sacerdote que celebre más de una Misa el mismo día, puede aplicar cada una de ellas por la intención para la que se ha entregado la ofrenda; sin embargo, exceptuado el día de Navidad, quédese sólo con la ofrenda de una Misa, y destine las demás a los fines determinados por el Ordinario, aunque puede también recibir alguna retribución por un título extrínseco.
 
§ 2. El sacerdote que concelebra una segunda Misa el mismo día, no puede recibir por ella ofrenda bajo ningún título.
 
952 § 1. Compete al concilio provincial o a la reunión de Obispos de la provincia fijar por decreto para toda la provincia la ofrenda que debe ofrecerse por la celebración y aplicación de la Misa, y no le es lícito al sacerdote pedir una cantidad mayor; sí le es lícito recibir por la aplicación de una Misa la ofrenda mayor que la fijada, si es espontáneamente ofrecida, y también una menor.
 
§ 2.    A falta de tal decreto, se observará la costumbre vigente en la diócesis.
 
§ 3. Los miembros de cualesquiera institutos religiosos deben atenerse también al mismo decreto o costumbre del lugar mencionados en los §§ 1 y 2.
 
953 A nadie es lícito aceptar tantas ofrendas para celebrar Misas personalmente, que no pueda satisfacerlas en el plazo de un año.
 
954 Si en algunas iglesias u oratorios se reciben encargos de Misas por encima de las que allí pueden decirse, éstas puedan celebrarse en otro lugar, a no ser que los oferentes hubieran manifestado expresamente su voluntad contraria.  955 § 1.    Quien desee encomendar a otros la celebración de Misas que se han de aplicar, debe transmitirlas cuanto antes a sacerdotes de su preferencia con tal que le conste que son dignos de confianza; debe entregar íntegra la ofrenda recibida, a no ser que le conste con certeza que lo que excede por encima de lo establecido en la diócesis se le dio en consideración a su persona; y sigue teniendo la obligación de procurar que se celebren las Misas, hasta que le conste tanto la aceptación de la obligación como la recepción de la ofrenda.
 
§ 2. El tiempo dentro del cual deben celebrarse las Misas comienza a partir del día en que el sacerdote que las va a celebrar recibió el encargo, a no ser que conste otra cosa.
 
§ 3. Quienes transmitan a otros Misas que han de ser celebradas, anoten sin demora en un libro, tanto las Misas que recibieron, como las que han encargado a otros, anotando también sus ofrendas.
 
§ 4. Todo sacerdote debe anotar cuidadosamente los encargos de Misas recibidos y los ya satisfechos.
 
956 Todos y cada uno de los administradores de causas pías, o quienes de cualquier modo están obligados a cuidar de que se celebren Misas, tanto clérigos como laicos, entregarán a sus Ordinarios las cargas de Misas que no se hubieran cumplido dentro del año, según el modo que haya sido determinado por éstos.
 
957 La obligación y el derecho de vigilar para que se cumplan las cargas de Misas corresponde al Ordinario local para las iglesias del clero secular; y a sus Superiores, para las iglesias de institutos religiosos o sociedades de vida apostólica.
 
958 § 1. El párroco y el rector de una iglesia o de otro lugar piadoso, donde suelen recibirse ofrendas para la celebración de Misas, han de tener un libro especial en el que tomarán diligentemente nota del número de Misas que se han de celebrar, de la intención, de la ofrenda entregada y del cumplimiento del encargo.
 
§ 2. El Ordinario tiene obligación de revisar cada año esos libros, personalmente o por medio de otros.
 
En conclusión, A NINGUN SACERDOTE LE ES LICITO NEGAR LA CELEBRACIÓN DE LA MISA POR LAS INTENCIONES DE LOS FIELES, SOBRE TODO DE LOS NECESITADOS, AUNQUE NO RECIBAN NINGUNA OFRENDA. Todo fiel que se vea afectado en sus derechos por esta circunstancia recurra a su Obispo Diocesano.

martes, 9 de agosto de 2011

Teosofía Comunicación astral con los espíritus...

Teosofía
Comunicación astral con los espíritus...
 
Teosofía
Teosofía

Denominación: Sociedad Teosófica Internacional

Clasificación: Grupo de origen cristiano y esotérico 

Fundador: Helena Petrovna Blavatsky, William Quan Judge, Steele Olcott 

Lugar de origen: Nueva York - EE.UU. 

Fecha: 17 de noviembre de 1875 

Textos: Isis develada, La doctrina secreta.

Doctrina: 

  • Búsqueda de lo divino al margen de toda ortodoxia. 

  • Reivindica el cultivo de una sabiduría oculta tradicional: Gnosis, Cábala judía; Templarios, Caballería musulmana, Cátaros, Albigenses, Pico de la Mirándola, Rosacrucres. 

  • Afirmación de la identidad de macrocosmos y microcosmos. 

  • Reencarnación. 

  • Comunicación astral con los espíritus. 

  • Doctrina de la iluminación interior. 

  • Igualdad de todas las religiones. 

  • Tres planos de la realidad: físico, astral y espiritual. 

  • Todo procede del Uno por emanación no por creación.

  • Jesús es un hombre nacido en Lida e iniciado por los esenios. 

  • Concepción dualista del hombre, con 7 grados de conciencia. 


    Divisiones: Dos modalidades: exotérica y esotérica. 
  • Hare Krishna

    Hare Krishna
    Actualmente hay numerosos subgrupos, que se reunen alrededor de dos focos de poder principales: el americano y el europeo...
     

    Denominación: Asociación Internacional para la Conciencia de Krishna, International Society for Krisna Consciousness

    Clasificación: Grupo de origen neo-pagano, oriental 

    Fundador: Bhaktivedanta Swami Prabhupada 

    Lugar de origen: India, Nueva York - EE.UU. 

    Fecha: década del ´20, 1966 

    Sede cental: Mayapur (India), desde 1974 

    Textos: Bhagavad Ghita 

    Doctrina: 

  • Todos los libros sagrados son la misma revelación. 

  • Férrea disciplina despersonalizadora. 

  • La humanidad se divide en karmis y adeptos 

  • Piedad es realizar fielmente las consignas en favor de Krishna: control de la sexualidad; dieta infraalimenticia; vestiduras especiales; subvaloración de la mujer. 

  • Teológica y éticamente anti-cristianos. 
    Krishna es una divinidad personal. 

  • El universo surge por emanación o evolución progresiva. 

  • Antropología panteísta y reencarnacionista. 
    El fin del hombre es alcanzar la conciencia de Krishna. 

  • Cada día de Brahma se cierra con una catástrofe cósmica. 

  • Son catástrofes de "purificación" ecológica. 

  • Deben repetir 1.728 veces por día el mahamantra. 


    Divisiones: Actualmente hay numerosos subgrupos, que se reunen alrededor de dos focos de poder principales: el americano y el europeo. 
  • ¿Homeopáticos u homeomágicos?

    ¿Homeopáticos u homeomágicos?
    Análisis médico-científico sobre la panacea esperanzadora del siglo XXI
     
     ¿Homeopáticos u homeomágicos?
    ¿Homeopáticos u homeomágicos?

    En el mundo que conocemos el experimento más sencillo nos enseña que diluyendo un colorante nunca se obtiene un color más intenso. Tampoco sucede que al añadir menos azúcar al café se vuelva más dulce y sabroso. ¡Ojalá fuese así! Esto lo saben muy bien, desafortunadamente, todos aquellos diabéticos que llevan una dieta limitada en glucosa y sus derivados.

    Este principio tan intuitivo parece caer en el olvido cuando se habla de la panacea esperanzadora del siglo: la homeopatía. Son millones de hombres, mujeres y niños que confían en estas prácticas, y no podemos imaginarnos la cantidad de médicos que utilizan esta homeopatía como filosofía de vida.

    Existen también todas las farmacias, mejor dicho, para-farmacias, que añadieron el término "homeopáticas" en sus letreros, y numerosos hospitales denominados "homeopáticos". En Italia en 1998 se contaban más de 6.000 médicos homeópatas y más de 4 millones de personas que utilizaban estos recursos (Diario italiano "Il Giornale", 5 de diciembre de 1998). Actualmente uno de cuatro italianos utiliza la homeopatía.

    Una comisión gubernativa de Australia concluía así su investigación sobre las llamadas "terapias homeopáticas": "no existe ni un solo ejemplo en toda el área de la farmacología en el cual una sencilla dilución de un medicamento pueda inducir un aumento de la respuesta del mismo" (cf. Branson Hopkins, Homeopathy-some things are not what they seem, Jubilee-Wellington, New Zeland, p.13). Se podría irónicamente decir: ¡ojalá estos productos llevaran consigo algo del medicamento!

    Es importante distinguir la homeopatía de la medicina natural. La medicina natural está basada en remedios fitoterapéuticos (medicamentos extraídos de las plantas) y representan el fundamento de la medicina occidental. Actualmente se denomina "tradicional" (en antítesis a la homeopatía y a muchas otras denominaciones).

    La homeopatía es definida, por los mismos que la practican, como un método terapéutico enraizado en el principio hipocrático de la "ley de similitud" (similia similibus curantur) oportunamente manipulado. Cada sustancia, repiten los homeópatas, capaz de provocar síntomas en un sujeto sano, puede, a dosis muy reducidas, curar aquellos mismos síntomas en un sujeto enfermo. Si fuese verdaderamente así, no habría ningún problema.

    El pequeño inconveniente se encuentra justo en el sentido de "dosis muy reducidas". Sí, porque el otro gran descubrimiento de la "ciencia" homeopática es que diluyendo un principio activo (un medicamento) hasta llegar a tener la certeza físico-matemática y estadística de no encontrarlo, la solución que queda conservaría su eficacia terapéutica.

    La ciencia nos demuestra que si una solución es sometida a un suficiente número de diluciones se llegará al tal punto en el cual no quedará ninguna molécula de esta sustancia en la solución. Esto se puede deducir racionalmente, incluso utilizando el famoso número de Avogadro, que establece que en un gramo-molécula están presentes 6 X 10^23 moléculas. Es decir que el número de moléculas presentes en una solución no es un número infinito y que es posible establecer el número de moléculas de una determinada sustancia que están presentes en una solución.

    Cuando el límite dado por el número de Avogadro es superado, el número de moléculas presentes en la solución es cero.

    Puestas estas premisas, se puede pasar a una demostración formal. Los que están familiarizados con "recetas" homeopáticas conocen muy bien la terminología "CH". Esta sigla se refiere al grado de dilución de la mezcla de medicamentos prescritos. Pero, ¿a qué corresponde en lenguaje científico? Aquí se pueden consultar las tablas homeopáticas de conversión.

    El límite de Avogadro es superado indudablemente a CH12. Para darse cuenta de esto consideremos, por ejemplo, un valor de CH22. Esto corresponde a una dilución 1 entre 100.000.000.000.000.000.000.000.000.000 Km3, es decir, usando una imagen, equivaldría a tener una sola molécula de medicamento en un volumen de agua o de solución de 73.333,3… billones de veces el volumen de toda el agua contenida en los océanos del globo terrestre. Y esto simplemente hablando de CH22. La mayoría de las "recetas" homeopáticas tienen CH100, CH200, etc.

    No se puede sostener fácilmente que pueda ser eficaz un remedio que sólo contiene el equivalente de un mililitro de solución madre diluido en un ideal balón de agua cuyo diámetro debería ser de 140 años luz, unos 8 minutos la distancia que nos separa del sol, y sólo se trata del CH60.

    Todo esto puede justificar las afirmaciones de eminentes científicos sobre la homeopatía. Presentamos algunos aquí. El Prof. Renato Dulbecco, Premio Nobel de Medicina en 1975, define así los productos homeopáticos: "líos sin valor". Rita Levi Montalcini, Premio Nobel de Medicina en 1986, considera la homeopatía una "así llamada terapia" cuyo principal valor es "ilusionar a los pacientes animándolos a recurrir a una curación que no tiene ningún fundamento científico".

    Entonces, se preguntaba el profesor Silvio Garattini, director del Instituto de Búsquedas Farmacológicas "Mario Negri" de Milán, "¿qué contienen aquellas bonitas latas multicolores que se encuentran en las farmacias?" Y se respondía sencillamente: "contienen todas la misma cosa: ¡nada!"

    Si desde el punto de vista de las ciencias "tradicionales" nada de efectivo está, ni estará presente en estas "medicinas" homeopáticas, nos podríamos entonces preguntar en qué se fundan las "razones" de los homeópatas.

    La respuesta quizás se puede vislumbrar en las palabras mismas del doctor George Vithoulkas, autor varios libros sobre la homeopatía. Él afirma que en las diluciones de la homeopatía el efecto curativo no es por un cierto material, sino implica otros factores, que el autor llama "una energía" (cf. George Vithoulkas, Homeopathy, The Holistic Health Handbook, Berkeley Holistic Health Center, Berkeley, Calif., And/OrPress 1978, p. 89).

    Aquí llegamos, por fin, a la segunda "ley" de la homeopatía, la así llamada "dinamización". Esta consistiría en la presencia, no científica y comprobable, de los "cuántos de energía" en la preparación homeopática, incluso no existiendo, por las elevadas diluciones, una sola molécula del medicamento. Esta supuesta "ley" equivale a una verdadera concepción mágica de la realidad. Se perfila como la puerta de entrada al concepto de "energía universal" característico de las filosofías orientales y esotéricas.

    Como bien resumía Mirella Poggialini en un artículo publicado el 26 de septiembre de 1996 en el periódico de la Conferencia Episcopal Italiana Avvenire (Omeopatia, medicina o magia?): "cuando ya no está presente la materia que está a la base del remedio, queda, sin embargo, (dicen los homeópatas) el espíritu del remedio". Para la misma escritora está claro el intento panteístico, mágico y esotérico del "remedio", totalmente incompatible con la fe cristiana.

    Entonces, "la homeopatía es un método diagnóstico y curativo basado sobre la ley de los parecidos, es la medicina "de la persona", no "de los órganos", insisten los homeópatas. Esta definición tan aproximada está llena de malas informaciones y de medias verdades, construidas a propósito para convencer a los lectores más desprevenidos.

    Nadie duda que la homeopatía no sea la "medicina de los órganos", hay que dudar sin embargo que pueda ser "la medicina de la persona", sí, porque el "nada" sólo puede ser la medicina de la "nada".

    Podríamos citar las muchísimas publicaciones científicas que destruyen en manera definitiva los presuntos "fundamentos" de la homeopatía. Se puede consultar, por ejemplo, todos los estudios de "meta-análisis" comparadas de: Lancet, vol. 350, del 20 de septiembre de 1997, pp. 834-843; Lancet, 341, pp. 1601-06, 1994; Lancet vol. 345, 28 de enero de 1995; British Journal Clinical Pharmacology, n. 27, 1989, pp.329-335; Lancet, 5 de marzo de 1988, pp.528-529; Lancet, 1° de enero de 1983 pp. 97-98; etc.

    La conclusión parece obvia, reconociendo la falta de eficacia de todas las "terapias" homeopáticas tomadas en consideración, se deduce una clara indicación para los médicos, sean homeópatas o "tradicionales". Tal invitación es que estos remedios no tienen que prescribirse si no se quiere engañar, en lugar de curar, al paciente.

    Desde la perspectiva del profesor Silvio Garattini, director del Instituto de Búsquedas Farmacológicas "Mario Negri" de Milán, "la homeopatía utilizada mientas que se está bien o se tienen molestias menores o pasajeras es un simple acto de creencia o falta de conocimientos científicos. Más grave es el problema del empleo de los medicamentos homeopáticos para enfermedades graves que pueden, en muchos casos, mejorar usando los fármacos tradicionales. Estos recursos homeopáticos pueden llevar a un empeoramiento de la enfermedad hasta el punto de "no regreso". El científico advierte que "aún más grave es la actitud de los padres que utilizan, con la excusa de la libertad de para elegir las medicinas, los remedios homeopáticos para los niños, perjudicando en varios casos la salud de ellos".

    El profesor Giovanni Federspil, catedrático de Medicina Interna de la Facultad de Medicina y Cirugía de la Universidad de Padua, "la práctica médica alternativa de la homeopatía representa uno de los máximos problemas de la medicina actual que requiere una discusión racional para aclarar los puntos más equivocados y de tinieblas".

    Tomando pie del texto de la conferencia que el Papa Benedicto XVI iba a pronunciar durante su visita a la Universidad de Roma "La Sapienza", el jueves 17 de enero de 2008, podemos concluir así: "la medicina aunque era considerada más como "arte" que como ciencia, sin embargo, su inserción en el cosmos de la universitas significaba claramente que se le situaba en el ámbito de la racionalidad, que el arte de curar estaba bajo la guía de la razón, liberándola del ámbito de la magia. Curar es una tarea que requiere cada vez la razón simplemente, pero precisamente por eso necesita la conexión entre saber y poder, necesita pertenecer a la esfera de la ratio".

    ¿A qué ratio pertenece la homeopatía?

    Por amor a la misma persona humana de cada paciente es importante volver a la unidad del cuerpo y alma (Gaudium et Spes, n. 14), unidad de racionalidad y voluntad, a una visión objetiva de la realidad, sin misticismos dañinos, ni creencias mágicas, peligrosas y destructoras.